Antes de Pearl Harbor, Alemania y Gran Bretaña compitieron para influir en la política estadounidense. Falsificaciones, declaraciones de voceros influyentes y buques en el Atlántico moldearon el debate sobre si EE. UU. debía incorporarse en la lucha contra el Tercer Reich
En Venezuela, el dicho “más perdido que el hijo de Lindbergh” se escucha cada vez con menos frecuencia. Remite a la vieja historia de Charles Lindbergh —el aviador que en 1927 cruzó el Atlántico en solitario— y al secuestro de su hijo, Charles A. Lindbergh Jr., en 1932, un hecho que quedó fijado en la expresión popular aún usada por algunos venezolanos.
A finales de los años treinta, la voz de Lindbergh abrazó el no intervencionismo estadounidense ante el avance del Tercer Reich en Europa y lo convirtió en un argumento cotidiano. Su fama inclinó la balanza de la opinión pública a favor del aislamiento de su país en el conflicto que, aunque aún era europeo, pronto se volvería mundial.
Entre 1940 y 1941, Alemania y el Reino Unido libraron en Estados Unidos una disputa de influencia. Los diplomáticos partidarios de Hitler distribuyeron propaganda aislacionista, de forma encubierta, a través de un mecanismo de distribución de información gubernamental de Estados Unidos, mientras que los servicios británicos fabricaron y filtraron documentos falsificados sobre una inminente amenaza nazi en el hemisferio.
Reconstruimos en este texto esos mecanismos y actores, el papel amplificador de Lindbergh y la secuencia de hechos que transformó el debate en apoyo abierto a la intervención hasta que resultó lógico que Estados Unidos le declarara la guerra a Hitler. Dinámicas de influencia que, vistas con perspectiva, no resultan ajenas.
Una operación postal al servicio de la propaganda nazi

El Tío Sam en una caricatura de 1940, diciendo “Lafayette, estamos AQUÍ!” —guiño al lema con que las tropas de EE. UU. agradecieron a Francia en la I Guerra Mundial—. Lo hace desde la distancia, mientras Alemania invade Francia, Bélgica y los Países Bajos. Berryman Political Cartoon Collection, 1896–1949
En 1940, Estados Unidos no había entrado formalmente a la II Guerra Mundial y parecía no apresurarse a hacerlo. La opinión pública veía el conflicto como demasiado lejano, un problema europeo, aunque un año y medio después Japón atacaría a Pearl Harbor y haría definitiva que se uniera a los Aliados para combatir a las Potencias del Eje, lideradas por Alemania, Italia y Japón.
En junio de ese año, Hans Thomsen —encargado de negocios del Reich en Washington— activó un plan para convertir las comunicaciones del gobierno estadounidense en un altavoz que favorecía la estrategia de los nazis, promoviendo el aislacionismo, ideas en contra de la participación de Estados Unidos en la guerra.
La embajada alemana en Washington, con ayuda de congresistas afines, insertó textos favorables en el Congressional Record, el boletín oficial que registra los discursos y debates del Capitolio. La imprenta del gobierno los reimprimía y, gracias al franqueo del Congreso, discursos y panfletos con argumentos aislacionistas, favorables a Alemania, llegaban en sobres “oficiales” a miles de hogares con llamados a la neutralidad y a no “derrochar” dinero en el conflicto europeo.

Thomsen calculó tiradas de hasta un millón de ejemplares y reportó a Berlín que el costo postal estaba siendo transferido al contribuyente estadounidense, ahorrándole decenas de miles de dólares al Reich. La operación postal también sirvió para amplificar voces que, aunque no estaban vinculadas con el gobierno alemán, lo beneficiaban porque estaban promoviendo exactamente las narrativas que le interesaba difundir.
Tras un encuentro entre Thomsen y el senador Ernest Lundeen, un discurso radial de Charles Lindbergh —el famoso aviador estadounidense— fue incorporado al Congressional Record, llegando a miles de lectores. En esa intervención, Lindbergh negaba la posibilidad técnica de una invasión aérea transatlántica. El aviador había pasado varios años en Europa y, cuando regresó a su país en 1939, comenzó a intentar persuadir a sus compatriotas de no ir a la guerra contra Alemania.
Lindbergh, la voz del aislacionismo

Lindbergh se alzó como la voz pública del movimiento America First, —no relacionado con el que existe en la actualidad— que pedía mantener a Estados Unidos fuera del conflicto europeo.
En 1941 resumió su visión con claridad: “Es al pueblo a quien le tocará pagar, pelear y morir si este país entra en la guerra”, un mensaje que repetía en mítines y radio junto a una idea técnica —una invasión aérea transatlántica de Alemania contra Estados Unidos era inviable— y otra fiscal —serían los contribuyentes quienes harían un gasto innecesario, si Estados Unidos decide entrar en guerra contra Alemania.
Aunque se presentó como un actor influyente con independencia, Lindbergh se rodeó de figuras con vínculos directos a las redes de propaganda alemana.
La relación de Lindbergh con Alemania se había venido tejiendo en visitas previas. Entre 1936 y 1938, Lindbergh viajó cinco veces al país y recibió información inflada sobre Luftwaffe, la fuerza aérea nazi dirigida por Hermann Göring. A su regreso, transmitió esas cifras a militares estadounidenses, reforzando la idea de que Alemania era demasiado fuerte para ser derrotada.
Aunque no existen pruebas de coordinación directa, esa red de contactos contribuyó a alinear mensajes alemanes con la oratoria de Lindbergh.
Un mapa falso en el escritorio de Roosevelt
Poco antes de que EE. UU. entrara en la guerra, la mezcla de propaganda encubierta, actores de poder y figuras “útiles” al nazismo moldeaba la opinión pública estadounidense a favor del aislacionismo. Pero en ese mismo terreno irrumpió una operación de influencia británica con el objetivo opuesto: inclinar el debate hacia la intervención de Washington en la guerra europea.
La operación nació en Nueva York, donde la Coordinación de Seguridad Británica (British Security Coordination, BSC), el brazo operativo y de enlace de la inteligencia del Reino Unido en los EE. UU., era dirigida por el espía William Stephenson. La BSC decidió influir en la opinión pública estadounidense con el uso de acciones abiertas y encubiertas, incluyendo la fabricación de rumores que “probaran” que la amenaza nazi podía extenderse al continente americano.

La pieza central de esa operación fue un mapa que redibujaba a Sudamérica como si se hubiera convertido en una colonia alemana, con cuatro estados satélites creados tras la eventual llegada del Tercer Reich. El bulo fue producido con papeles y anotaciones verosímiles junto a un documento sobre la abolición de la religión elaborados con papel y tintas cuidadosamente falsificadas.
No era casual el foco en América Latina: las encuestas mostraban que cualquier injerencia europea en la región encendía la opinión pública estadounidense. La propuesta fue aprobada por Stephenson y enviada a Station M, una unidad de falsificación en Toronto especializada en producir documentos “indistinguibles” de los originales.

El paquete con los documentos falsificados fue entregado por Stephenson a William “Wild Bill” Donovan, entonces consejero cercano a la Casa Blanca, y Donovan se los presentó al presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt el 21 de octubre de 1941. Seis días después, el 27 de octubre, Roosevelt citó el mapa como indicio de ambiciones nazis en el hemisferio. Al día siguiente confirmó ante la prensa que tenía el mapa en su poder y cuando un reportero preguntó si era una falsificación, respondió que provenía de una fuente “indudablemente fiable”.
Berlín respondió de inmediato con desmentidos en prensa y radio y, el 8 de noviembre de 1941, Hitler aludió al mapa como un ejemplo de las falsificaciones “a gran escala” con la que estaba siendo atacado.
El efecto del “mapa nazi” se amplificó pocos días después, el 31 de octubre de 1941, cuando el destructor estadounidense USS Reuben James fue hundido por un submarino alemán, mientras escoltaba un convoy rumbo a Islandia. Murieron más de cien marinos y la “guerra lejana” dejó de ser abstracta.

Estados Unidos combatía en una zona gris de escoltas y enfrentamientos, pero aún sin ninguna declaración formal de guerra. Ese clima empujó el debate del “si Estados Unidos debía” a cuándo y cómo debía incorporarse a la lucha en contra de Hitler.
Pearl Harbor como punto de inflexión
El ataque a la base naval de Pearl Harbor de diciembre de 1941, perpetrado por el Imperio de Japón, fue un golpe que desintegró el movimiento aislacionista de la noche a la mañana, volviendo irrelevantes los argumentos económicos y políticos de Lindbergh y sus aliados.
Al día siguiente, Roosevelt pidió al Congreso declarar la guerra a Japón. Tres días después, el 11 de diciembre, Adolf Hitler y Benito Mussolini declararon la guerra a Estados Unidos, sellando el destino de su propio régimen. A partir de entonces, la entrada de Estados Unidos en la guerra era un hecho consumado y la prioridad era la derrota del Eje.

Con el ataque y las declaraciones de guerra, el poder de figuras como Lindbergh se desvaneció. El Comité America First, que un día antes reunía a cientos de miles de seguidores, se disolvió en cuestión de días. Lindbergh se vio obligado a emitir un comunicado en el que expresaba su apoyo al esfuerzo bélico y se retiró de la esfera pública.
La credibilidad de la causa aislacionista —construida durante años con propaganda y desinformación— colapsó frente al peso de una agresión directa y sin precedentes. Al mismo tiempo, Roosevelt y el primer ministro británico Winston Churchill acordaron que la prioridad estratégica sería derrotar primero a la Alemania nazi, aunque Estados Unidos hubiese sido atacado por Japón.
El fin del Tercer Reich ocurrió con la caída de Berlín, el 2 de mayo de 1945. Estados Unidos atacó con bombas atómicas a Japón tres meses y cuatro días después, el 6 de agosto del mismo año a Hiroshima, y el 9 de agosto a Nagasaki. Finalmente, Japón se rindió el 15 de agosto de 1945, poniendo fin definitivo a la II Guerra Mundial.
*Este artículo se basa en hechos documentados en el libro Agents of Influence de Henry Hemming. Los datos específicos y ejemplos incluidos fueron verificados por el equipo de Cazadores de Fake News.
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